No oculto que desde hace un tiempo vivo bajo una economía de guerra, pero si hay algo que tengo claro, es que los mejores tres euros que he gastado últimamente, han ido a parar a las arcas de los heroicos realizadores de este documental cuasi-imprescindible. Le tenía muchas ganas, y mi facilidad para emocionarme puede que altere, en parte, la objetividad de mi punto de vista, pero es que no todos los días se ven historias de un calado tan profundo que llega a transcender la magnanimidad del propio Punk. Me siento muy satisfecho de haber aflojado la gallina ante este proyecto, y esto, siendo yo acusado frecuentemente de descender de alguna de las 12 tribus de Israel, no es decir poco.
En cierto modo, el origen de la formación de la banda, y su zigzageante trayectoria, no es nada excepcional que no hayan conocido un millón de accidentados músicos ya. Y diré más aun: antes de ver la película, ni siquiera sus transtornadas canciones me habian causado gran interés. Hace algunos años que accedí al mundo de Johnny Moped a través de los dos volúmenes de Bootleg Tapes que editó Damaged Goods, y aunque contienen algunas buenas locuras, tampoco eran para volarte la cabeza. También tuve la oportunidad de verle en directo en Londres hace algunos años, pero más allá de la impresión de ver a un anciano fondón y desdentado en traje de cuero sobre el escenario, tampoco llegue a cogerles el punto. Sin embargo, pasado el tiempo, y una vez consigo focalizar mi atención y superar algunos prejuicios, si llego a percibir como transmiten un magnetismo especial. Tiene que haber algo escondido en esas desquiciadas composiciones y esa extravagante puesta en escena. Y eso es lo que muestra el documental: una taradura mental colectiva de tamaño superior. Y no me refiero a ese 82% de discapacidad que el bueno de Johnny siempre ha afirmado padecer. No. Es más bien el conjunto de elementos que se aglutinaron alrededor de la banda, y las circunstancias nada favorables del propio Johnny, las que crearon un ambiente capaz de sintetizar la esencia más auténtica del Punk británico que vió la luz en los últimos años de la década de los 70. Un tremendo follón de existencia, por no hacer spoiler.
El documental recrea, a través de imágenes y diálogos vagos y vacilantes, la atmosfera de la época en el suburbio londinense de Croydon. Pero no cae en esas ideas tan trilladas de desolación, paro, identidad perdida, asfixia política y represión social que ya están más que asumidas por todos los amantes del género. Ellos sabían lo que podía dar de sí su aburrida cloaca, donde había pocas o nulas posibilidades de destacar, pero es precisamente en ese punto de miseria existencial cuando aflora la genialidad de unos crios para sacar la cabeza del cubo de basura y formar una máquina de diversión y escándalo imparable.
Luego estan las apariciones estelares necesarias para salpimentar cualquier biografía que se precie. El Captain Sensible contando sus vergonzantes inicios musicales con la banda, Chrissie Hynde enfrentando el rechazo por dos veces, Shane Macgowan en el estado más deplorable que se le haya visto jamás, o un Billy Childish absolutamente maravillado ante el talento de aquellos primigénios Moped. Nunca dejaron a nadie indiferente, y supieron hacerse un hueco en el corazón de esa incipiente escena Punk, no hay duda. Se puede decir que eran una banda apreciada que, a la postre, es lo que uno se lleva consigo al otro barrio. Las anécdotas extravagantes van cayendo en cascada sobre un expectador que a duras penas es capaz de asimilar semejante cúmulo de despropósitos. A ratos, un tono de melancólica mofa toma el control de la pantalla y no se sabe bien si reir o llorar. O llevarse las manos a la cabeza, o comer palomitas a dos carrillos. Así de intenso. Escuchar la historia del encuentro de Silvia Resorte y Nancy Spungen por otra boca que no sea la de la cantante de Último Resorte, también vale lo suyo, por añadir algo.
De todo lo mostrado, lo que más cautivará al espectador atento, es el sutil mensaje de fracaso que se transmite durante casi todo el metraje. Ese fracaso que lleva inherente el Punk, y que la amplia mayoria se niega a abrazar como propio. El estrepitoso fracaso que predicaba McLaren. Hoy en día, hay quién cree que portando la bandera del Punk (o del Rock, si me apuras) va a tocar la gloria eterna con los dedos, ya sea gestionando un garito, montando conciertos, editando material o berreando sobre un escenario. No sé, no lo veo. Si los pioneros, o la mayoría de sus contemporáneos, no lo lograron entonces, que era su momento… En fin, mejor poneos a la tarea de ver el documental con una cerveza fria a mano, porque su visionado da mucha mucha sed. Aqui os dejo unos temas para ir cogiendo el punto a la banda.
Grandísimo documental…que no hace sino reafirmar la teoría de que no hay un puto dentista en todas ls islas británicas
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