Aquellos de vosotros que sabéis leer, ya estaréis al tanto de que el Punk camina como un fantasma de imágenes en blanco y negro. El color ha sufrido una desaturación intensa, y una lluvia de filtros cóncavos se interpone entre vosotros. No tiene que ver nada que el jabón lagarto se cotice tan a la alza como en un supermercado venezolano, ni que todos los imperdibles del mundo hayan sufrido la oxidación. El recuerdo se diluye, y un día os daréis la vuelta y no os seguirá nadie. Las máquinas que ven el futuro aún están en fase prototipo, y todavía no limpian el vómito biliar que aflora como un cadaver ante la insulsa modernidad que nos abate.
Mientras tanto surgen engendros aún más quemados que sus predecesores. Piezas recompuestas de los juegos que nadie quería recibir en fiestas de guardar. Saldos de última hora de la banca que siempre gana, sin presentarse siquiera. Miles de manos recogerán la chatarra chamuscada por el ocio y la desaceleración. Hasta que todo se pare para siempre y caigamos rendidos, a los pies de un escenario de la Costa del Azahar.