No entreguemos el Punk a los sosos.

Es cierto. Ya esta aqui. Parecía que no, pero al final si. Una nueva tendencia se va abriendo paso entre las pocas personas humanas que hacen el ingrato esfuerzo de asomar su nariz por un concierto de Punk. Lo que hoy se impone en recitales y eventos sociales varios, es el ser más aburridos que un tiesto, e interactuar lo menos posible con la banda que toca ante uno. Ellos, los tiestos, lo llamaran respeto. ¿Qué?¿Cómo?¿Dónde? Si, respeto hacia esa gente que ensaya y somete a exposición pública el fruto de su introspección personal: los artistas. Todo muy correcto, pero nosotros, como observadores de lo cotidiano y cronistas de lo absurdo, no nos dejamos apabullar por la corrección política, ni por conversaciones a altas horas de la madrugada. Hoy diseccionamos el fenómeno.

La verdad que no se comprende muy bien el origen de este comportamiento estirado e insípido. ¿Habría que mirar quizá hacia el advenimiento del Post-Punk o del Hc moderno, y sus acólitos vestidos de adocenado negro?¿Ha llegado al fin a nuestra escena esa gente con ínfulas de artista sensible y atormentado?¿Ha afectado la crisis al precio de la droga recreativa? No es fácil llegar a una solución, pero si parece que la gente se toma mucho más en serio a si misma. Tan en serio como si hubiera ojeadores de las principales casas discográficas con un suntuoso contrato con su nombre impreso, bajo el brazo. No, en serio. Si nadie (medianamente cabal) aspira en esto a poco mas que divertirse, ¿qué mal puede hacer alguien dando berridos asonantes entre canción y canción? A quién no le guste, que responda. Y a ser posible con un poco de originalidad. O de mala ostia, en su defecto.

La expresión última de este hecho es que los seguidores afeen la conducta de quienes, a su lado, griten simpáticos improperios a las bandas, o las interpelen ácidamente con el fin de romper su concentración, y que se salgan de una encorsetada actitud de seriedad que en nada beneficia al conjunto de los asistentes. Ni siquiera a ellos mismos, porque ya se sabe que el espacio para la improvisación y la ruptura es un ingrediente más que necesario en el Punk. Cualquier día se censurará a quién se junte con sus amigotes ebrios y vocee un «Estudiantes campeón» o un «No te cortes, violencia en el deporte» ¿Acaso queremos que jamás se vuelva a escuchar un «que se quiten las bragas, las que llevan minifalda»? Nadie en su sano juicio puede querer eso.

Todo el mundo sabe que, para bien o para mal, el Punk siempre ha atraido a cierto número de hooligans de periferia con ganas de hacerse notar. Vomitados de una coctelera etílica al azar, no se puede esperar un resultado precisamente silencioso. Mientras no lleguen a cotas vandálicas incontroladas, no creemos que haya que hacer un drama por cuatro gritos. Los tumultos y el caos es la sal de cualquier noche que se recuerde con nostalgia.

Por otra parte, hay bandas que, en un derroche de valentía, se bajan de los escenarios para tocar a pie de público con la intención de eliminar barreras físicas. Esto me parece muy loable, pero han de saber que tiene sus riesgos. ¿Se puede controlar el que jamás ocurran ciertas «catástrofes» normales durante un directo? No hace falta ser un rumbero de la vida para saber que, en los conciertos, existe gente con las facultades psicomotrices afectadas. O quien se tropieza con facilidad porque es torpe de cojones, ¿no?

Pues esa es la conclusión: un poco más de mano izquierda con los que ejercen el gamberrismo juvenil, si no queremos que los conciertos se conviertan en patios de butacas llenos de caras abotargadas, mentes en blanco y miembros tumefactos. Al menos nosotros no queremos que eso ocurra y por eso, seguiremos gritando.

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