Algo se agita en el alma cuando un amigo cumple años. La doble fiesta de 15 años de Escalator Haters merecia la pena tirar la casa por la ventana y coger un avión a Zürich, una de las cinco ciudades más caras del planeta, para mostrar al mundo civilizado los agujeros de nuestros bolsillos. Una sección de 1MdG, exhortados por la mano oscura de nuestro camarada Alfredo, del sello Discos Regresivos, no dudó mucho a la hora de decidir que había que ir a tomar el pulso a una escena que, a priori, ha debido de encontrarse con dificultades para sobrevivir en un entorno que no parece muy propicio para lo marginal, lo feo y lo inadaptado. Teniamos por delante dos noches con media docena de bandas de diversos estilos afínes al Punk, bocadillos de gasolinera, gente desconocida con quién interactuar y mucha cerveza en latas de más de medio litro de volumen.
Tras pasar el día deambulando por las calles del casco viejo de Zürich, subir en funicular a ver las vistas desde la Universidad (y sus ociosos estudiantes), y hacer alguna clásica visita turística, llegamos a media tarde del viernes a la ciudad-dormitorio donde vive nuestro amigo Stan (nada que ver con los cementerios de ladrillo rojo y zonas ajardinadas que rodean Madrid, como podéis imaginar), guitarra y voz principal de los Haters, para dejar nuestro equipaje y agradecerle infinitamente el cobijo y las atenciones que tendría con nosotros. A pesar de la feliz sorpresa que le dimos con nuestra asistencia, la deuda que tenemos con él es grande. Allí les ayudamos a cargar su backline al completo, teniendo así la posibilidad de ver uno de los locales de ensayo más atípicos por los que hayamos pasado: un conjunto de trasteros construidos en un sotano con tablas de madera separadas. Una red de celdas adosadas y separadas por pasillos que, si bien muy ventiladas y espaciosas, no parecen ser muy funcionales a la hora de aislar la musica, ni la intimidad. Entiendo que ellos son los únicos que ensayan allí. Es su gran trastero-calabozo.
Una hora después ya nos encontrábamos en la sala donde tendrian lugar los conciertos. Un club de moteros con el vivaracho y acogedor nombre de Güterschuppen Wollishofen. Al parecer coge la denominación (y parte de su decorado) del anterior uso del edificio: un almacén de maquinaria ferroviaria. Efectivamente el local se situa en un apeadero de tren a las afueras de Zürich, que podría llamarse residencial, si no fuese porque en sí misma toda la ciudad parece bastante marchita. Su entrada está en un andén tan próximo a las vías que, según nos contaron, no han sido pocos los que han ido a parar a ellas tras una noche de excesos y Rock’n’Roll. Incluído el bueno de Soli, batería de E.H. Además, los intrèpidos moteros sacan mesas corridas al andén estrechando el paso y haciendo el acceso aún más arriesgado. También vimos que disponen de varias barbacoas gigantes alrededor, que deben convertir los veranos en verdaderas fiestas medievales. Estos dos días encendieron una pequeña, situada en la puerta de acceso, para asar salchichas, alimentar a la concurrencia y perfumarla con un sabroso olor ahumado. La entrada costaba 20 Francos cada día (unos 18 Euros), un precio al que no estamos acostumbrados para ver a tres bandas locales. Ahí fué donde empezó nuestra tendencia a dejarnos querer, por lo que apenas protestamos cuando nos pusieron en la lista y nos invitaron a multiple cerveza procedente de los «camerinos». Por si acaso os lo estáis preguntándo, si, estamos orgullosos de haber dejado la marca España en el lugar que se merece.
La primera noche la abrieron los propios Escalator Haters con una entrada de público media, y un repertorio breve extraído de sus tres Ep’s, y alguna versión de Undertones y Ramones. No es necesario que diga por enésima vez lo que pienso de versionear a estos últimos, ¿verdad? Actualmente tienen un nuevo bajista, Franz, que no conocíamos, y que parece haberse adaptado muy bien al sonido de la banda. La actuación quedó algo fría, y aunque nosotros estuvimos dando botes en primera fila, aún el ambiente no había llegado a la temperatura idónea para disfrutar de esos brutales temas de PowerPop con melodías y coros ultrapotentes que les caracterízan. A decir verdad mi propia respuesta fue estática, ya que una hora antes había decidido poner fin al hambre que me atenazaba desde la mañana, comiéndome un bocadillo del tamaño de un bebé, lo que me tuvo toda la noche en un incómodo estado de digestión contínuo. Lo más frustante de esa historia fue que, ni aún yendo a la gasolinera más próxima a hacerme con una barra de pan, el queso más barato e insípido del país de los quesos, un bote de pepinillos laminados y encurtidos, y una bolsa de nachos picantes, me escapé de abonar mis buenos 20 Francos. Demencial es la palabra que estáis buscando.
A los Goodbye Johnnys les escuchamos mientras probaban sonido y un resorte saltó en nuestras cabezas. Sonaban como esas bandas recónditas de Punk77 que tanto amamos. Y por la edad que tenían algunos de sus miembros podrían, perfectamente, haber sido quienes enseñaron a tocar la guitarra a Steve Jones. Esto fue algo que nos llamó la atención: la alta edad que parecía tener la escena local. De ahora en adelante pensaremos dos veces eso de quejarnos acerca del relevo generacional de nuestra naciente y prometedora escena madrileña. Es cierto que quizá juzgamos un poco a la ligera, pero lo visto aquella noche nos empuja a pensar que el Punk tiene sus días más contados allí que aquí. No obstante, durante el concierto la banda derrochó energía y estilo. Nuestro oído no nos engaño y lo que apreciamos antes, se materializó en algunos temas de sonido muy setentero, sencillo y amacarrado que podria firmar cualquier cockney de extrarradio que pasease arriba y abajo por el East End, al final de la década. Más tarde nos enteramos que el cantante es, de hecho, de origen británico. Y tanta fue la emoción que les compramos un disco, aun a riesgo de no poder comer al día siguiente. No, lo cierto es que fue bastante barato para los precios que se manejan por allí.
The Peacocks, eran cabeza de cartel, y fueron el grupo que más gente logró reunir. Pero sin volvernos locos, tampoco ¿eh? En ningún momento la sala se llenó hasta la incomodidad. No tenía grandes esperanzas depositadas en este grupo porque su Punk Rock de influencia Rockabilly no es mi fuerte. Hace algunos años su nombre sonó bastante, llegando a tocar por Madrid con cierta regularidad, pero tengo la sospecha que ahora andan algo de capa caída. Confesaré que mi intención primera era subirme a la planta de arriba, inundada de cómodos sofas, y disfrutar desde allí de la actuación. Pero no lo hice. Al contrario, contagiado por el ambiente, me quedé en primera fila disfrutando de un verdadero despliegue visual sobre el escenario. Esta banda, por estética y actitud, son idolos indiscutibles entre la poca juventud que se repartía entre las primeras filas. Y particularmente entre las muchachas, todo hay que decirlo. El cantante, un poco más cocido de lo recomendable, no paro de moverse por todo el escenario, subiendo y bajando, incitando al público y encendiéndose cigarros sin parar. Este es otro detalle. La prohibición de fumar, asumida en toda la Europa conquistada, no ha llegado hasta este agreste nicho. Buena actuación, en general, disfrutando de unos temas que oscilaban entre la chulería agresiva y el dolor resignado hecho música, con las únicas pausas que se concedía el cantante para afinar su guitarra, y con toda la majestuosidad que aporta un contrabajo para ojos y oídos. La pega es que son de los que se gustan a si mismos, y se me hizo un poco largo. Con quince minutos menos hubiera sido ideal.

Cuando acabaron los conciertos la gente fue desapareciendo sigilosamente y en poco tiempo nos vimos envueltos en una atmósfera de sutil decadencia y gente jodida por el paso de los años y los malos hábitos. El encargado de la pinchada post-concierto fue Alain, la versión canalla y nocturna del abuelo de Heidi, apodado por nosotros como «El Pirata», y del que luego os contaré un poco de su historia. Clásicos del Punk77, alternados con temas de los ochenta, y un poco de HardRock que nos hizo consumir las energías que nos quedaban, dando el todo en la pista de baile. O más bien, el lodazal que había quedado tras los conciertos. El baño de este lugar, por cierto, también merecería un capítulo aparte. En una habitación se encontraban dos urinarios de pared, uno al lado del otro, sin separación apenas La diferencia es que uno de ellos era más ancho y estaba más bajo. Ese era el de las mujeres. Y no, no parecia especialmente cómodo. En un momento final de la noche, estaba yo utilizando uno de ellos, cuando se colocó a mi lado un tipo, que debido a la proximidad, la falta de cuidado, y la rejilla que había en el fondo, me salpicó más de lo que es deseable, que es nada. Y presiento que este trauma me acompañará durante años. Compartirlo con vosotros quizá me ayude a superarlo.
Al día siguiente nuestro anfitrión nos llevó a contemplar algunas tiendas de discos. Y nunca mejor dicho lo de «mirar y no tocar». La primera, situada en una especie de barrio rojo suizo, aunque tenía miles de discos, era más bien una tienda de segunda mano, muebles vintage, ropa para hipsters, etc.. Todo junto y en perfecto orden. Encontré la banda sonora de la mítica película «Deprisa, deprisa», discos de Los Marismeños, y una pequeña oferta de Punk suizo de primera época, a precios no recomendados para mi economía. La segunda tienda era otra cosa. Situada en la planta baja de una tienda de comics, Vinyl Pirate esta regentada por el simpático, fornido y tatuado sexágenario, que se ocupó de la pinchada el día anterior. Me sorprendió que tuviera tanta energía después de la jornada anterior, pero esta gente parece hecha de otra pasta. De hecho, canta en una banda llamada The Seniles que tuvo a bien ponernos y que no tuvimos el valor de decirle abiertamente, cuando nos preguntó, que no era de nuestro agrado. Un royo MotorHead con voz muy ronca. Un delicioso espanto. Eso si, la mayor parte de sus discos estaban al 50% por lo que ahí si pudimos darnos algún capricho. Incluído un libro con la historia de los origenes del Punk suizo, entre 1976 y 1980, en el que salia… ¡el mismo dueño de la tienda cuando era joven! Otra cosa a destacar de esta tienda son algunas de las portadas más horribles de discos de Punk que me he echado a la cara en mi maldita vida. Pero esto lo dejaremos para un artículo especial. A media tarde, como el que no quiere la cosa, fueron llegando algunos parroquianos, que se amoldaron en los sofas de la tienda y empezaron a beber cerveza haciendo así la previa para el concierto de esa noche. Definitivamente, esta gente es indestructible.
Pasamos el resto de la tarde dando vueltas ociosas, viendo pasar judíos vestidos de Sabbath, admirando la naturaleza que rodea la ciudad, y a la hora convenida nos presentamos de nuevo en el Club de moteros para la segunda jornada de aniversario de Escalator Haters. La noche comenzó con el anunció de que Moped Lads, cabeza de cartel, se caían del mismo por enfermedad del cantante. Una lástima quedarnos sin ver a estas leyendas del StreetPunk suizo, que llevan más de 20 años recorriendo Europa.

La primera banda en subir al escenario fueron The Fags, un dúo guitarra-batería de sonido ramoniano que empezaron a calentar al público con sus letras picantonas, su velocidad arrasadora y su alaridos descerebrados. Tras veinte minutos parecía que terminaban con una actuación, que habría sido un primer plato de muy alto nivel. Pero no. El guitarra-cantante se quitó la chupa y alargaron innecesariamente su condición de teloneros durante, al menos, otra media hora. El caricaturesco batería hizo un amago de strip-tease pero no llegó la sangre al río. Tras el concierto, tuvieron el detalle de darnos algunas maquetas, que aún no hemos tenido oportunidad de escuchar. Gente maja, en cualquier caso, y que harían las delicias de unos cuantos de nuestros colegas aqui en Madrid.
Turno para The Raving Mads, que, con un tipo talludito a la voz, hacían un royo muy semejante a las bandas británicas de la segunda ola (o tercera, según quién escriba). Es decir, StreetPunk de temas sobrios, pesados, de ritmos machacones, duros y coreables, para una legión de hooligans que sudan cerveza tibia. De hecho había una pequeña (y joven) representación de nuestros amados jovenes alopécicos rondando el escenario. Me viene a la memoria Red Alert, The Gonads o The Bussiness, por citar algo. Su actuación no llegó a la media hora, lo que demostró muy buen «saber hacer» por su parte. Subir a un escenario, decir lo que tengas que decir y largarte, sin concesiones. Bravo por ellos.
Los Escalator Haters subían por segundo día consecutivo al escenario para cerrar la noche. Esta vez el repertorio se alargó considerablemente añadiendo al que hicieron el día anterior, un puñado de temas nuevos. El ambiente fué más festivo e incluso algún espontáneo se animó a berrear por el micro de Stan. Las versiones de Ramones volvieron a sonar con el, muy a mi pesar, consiguiente alboroto por parte de la audiencia. Ni que decir tiene que nosotros disfrutamos de sus temas más emblemáticos, como «She’s a runaway», «D.O.A», «I Do the Pop», «I’m Fantastic» y varios más de sus afilados, urgentes y melódicos latigazos. El cansancio acumulado hizo un poco de mella en el batería que luchaba como un titán por llegar vivo al final de cada tema. Era una noche especial y el merecido apoyo de su público local les aupó lo necesario para dar un gran concierto.


La noche acabó con otra pinchada de grandes y clásicos hits a cargo de otro habitual de la noche, me temo, que ya había conseguido ganar nuestro corazón cuando, horas antes, en un momento de bajona que estábamos sufriendo entre grupo y grupo, consiguió hacernos levantar de un salto con los primeros acordes del «Destruye» de Familia Real. Entre nubes, recuerdo haberme quejado, eso si, del populismo del Dj de turno que no arriesga a poner himnos de bandas contemporáneas, ya sea por desconocimiento o desinterés, que haberlos haylos, y muchos. En fin, esta en mi naturaleza dar siempre la nota negativa que equilibra los momentos de gozo de mis buenos amigos.
Pero resumiendo lo positivo, hemos pasado un fin de semana pleno de descubrimientos y risas, y nos hemos acercado un poco más a gente con la que, más allá de diferencias territoriales, económicas y culturales, compartimos pasiones y colaboración mutua. ¡Espero con ganas que haya más salidas como ésta! Y no tardar en ver en Madrid, de nuevo, a nuestros amigos de Escalator Haters.
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