Eran feos. No había paliativos. Un imperdible de veinticinco centímetros atravesando el labio inferior dentro de una esvástica tatuada en la mejilla no era una afirmación de la moda; un fan metiéndose un dedo en la garganta, vomitándose en las manos, luego lanzando el vómito a la gente que había en el escenario, era como una enfermedad extendiéndose. Un nimbo de máscara negra de dos centímetros de espesor sugería la muerte antes que otra cosa. Los punks no sólo eran gente guapa que se convertía en fea, como las Slits o Gaye, la bajista de los Adverts. Eran gordos, anoréxicos, cubiertos de pústulas, de acné, tartamudos, cojos. Gente con cicatrices y heridas, y lo que su nueva decoración subrayaba era el fracaso grabado ya en sus caras. Greil Marcus (Rastros de carmín, 1989. Ed. Anagrama)